Despertamos con el alba, pese a la precariedad de nuestro refugio, la noche no habia traido problemas. Decidimos volver a la capital, a Viena, pues allí encontraríamos víveres y agua.
La teniente Inés, con su colíder Paula, abrió la marcha esperanzada por lo último que le quedaba de su madre: una guía con información. Precavidos como siempre, nos equipamos con capolinas para protegernos de la tormenta que se acercaba.
Llegamos a salvo a Viena. Immediatamente nos pusimos a buscar algo incluso mas preciado que el sustento: información. Durante nuestra caminata a uno de los últimos rincones con cultura conocido (el Museo Belvedere), vimos los restos de los consulados internacionales. Nos calentó el alma ver las banderas ondear pese a estar encima de montones de cadáveres.
La luz de la esperanza empezó a iluminarse al ver a los austriacos intentando restablecer la economía poniendo entradas para el museo. Al entrar, las lágrimas llenaron los ojos de mas de uno de nosotros, bien por los famosos 101 cuadros de Gustav Klimt o simplemente por tener papel higiénico cerca. Salimos de allí contentos. Alegría, cuan inusual emoción en nuestra situación.
Continuamos nuestra expedición y llegamos al antiguo palacio de los Austria. Las estatuas de Hércules dando con una porra a criaturas de leyenda me recordaron el Jueves pasado en un supermercado polaco. Nuestra última parada fue la casa de las mariposas. Al ver que no podríamos entrar, la pena nos invadió. Que justo después lloviera podría derrumbar a alguien normal y corriente, pero nosotros hemos visto de todo. Pudimos esperar a que la nube pasara, pero acto seguido partimos en busca de uno de los barrios supervivientes: el barrio judío. Llegamos a una posada donde nos indicaron una zona de abastecimiento y se nos ofreció bebida que aceptamos muy agradecidos. El momento de felicidad duró poco, pues no estabamos preparados para lo que vendria después.
Lluvia, riadas, como nunca antes las habíamos visto. El sonido de nuestras voces se ahogaba con el estruendo del agua, pero eso no evitaria nuestra vuelta a casa. Salimos a la tormenta y caminamos por ella sin importarnos quien o que se mojara. Teníamos suministros.
Al llegar ya estabamos preparados para el desastre que nos aguardaba: todo estaba empapado. Actuamos deprisa, mientras unos secaban, otros cocinaban. Todo fue bien, empezabamos a ser fuertes otra vez, glorioso. Pese a haber terminado el dia mas bien de lo que esperabamos, nos dirigimos a la cama al acto, pues la noche es oscura y alberga horrores.
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